La
formación ética y moral en los niños, una labor tan importante como compleja,
consiste en abordar el reto de orientar su vida. La manera como ellos se
relacionarán con su entorno y con sus semejantes, sus apreciaciones sobre la sociedad
y sobre su papel en ella, en fin, aprender a vivir.
Desde
los primeros contactos que los niños tienen con los objetos y personas que lo rodean,
se inicia un proceso de socialización que los irá situando culturalmente en un
contexto de símbolos y significados que les proporcionará el apoyo necesario
para ir construyendo en forma paulatina su sentido de pertenencia a un mundo
determinado y sus elementos de identidad.
En
este proceso de socialización comienza también el proceso de formación ética y
moral de los pequeños. Los adultos con sus formas de actuar, de comportarse, de
hablar, y los objetos con su carga simbólica, se han encargado de crearle una
imagen del mundo y de su eticidad. Durante los primeros años los niños irán adoptando
de manera heterónoma esas formas de estar en el mundo que le son dadas por los
adultos que los rodean.
El
objetivo de la educación moral sería el desarrollo de la autonomía, es decir,
el actuar de acuerdo con criterios propios. Contrariamente a posiciones que
buscan imponer o inculcar valores en los niños, Piaget propone el desarrollo de
la autonomía moral, como la construcción de criterios morales que permitan
distinguir lo correcto de lo incorrecto.
Construcción
que se hace en la interacción social, siendo la pregunta central del maestro
cómo formar a los niños, cómo construir estos criterios. La respuesta se
encontraría en el tipo de relaciones que se establecen entre los niños y los adultos.
La moral autónoma se desarrolla en unas relaciones de cooperación basadas en la
reciprocidad. La moral heterónoma es fruto de unas relaciones de presión
sustentadas en el respeto unilateral.
Serie lineamientos
curriculares
Preescolar
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